sábado, julio 9

Privacidad -

Privacidad / Ariel Cruz Pizarro

Estaba cenando con una amiga, en un restaurante del centro de la ciudad, uno de los tantos que hay. No importa mucho de qué hablábamos, la verdad es que ni lo recuerdo, ni tampoco pretendo andar haciendo memoria de eso, no es el tema. Y yo no tenía idea que uno de mis compañeros de curso trabajaba en el local, de mesero. Yo, como estaba absorto en la conversación que tenía con ella, no me fijé que estaba él y la verdad él tampoco hizo mucho para llamar la atención. Terminando la cena, dejo la cuenta con su respectiva propina y lo veo, le saludo y me voy. No era de mis compañeros más cercanos, pero me alegró ver una cara conocida.

Días más tarde, como dos semanas, uno de mis compañeros del grupo de los tontorrones me da la mano cerca del camarín y me felicita porque supuestamente yo estaba pololeando –entiéndase, tener una relación de pareja-, y yo le dice que nunca había pololeado, no se lo tragó pero me dejó tranquilo. Lo más cómico de todo es que es verdad, nunca he pololeado, y la verdad no estoy pensando en hacerlo todavía, salvo que se me presente la persona indicada, mas eso es harina de otro costal.

Yo solamente le hablé a mis dos compañeros confidentes sobre esta cita, la cual fue solamente eso, una cita, una cena relativamente elegante, conversando temas del pasado, del presente pero nada de proyecciones ni futuros, a fin de cuentas, somos sólo amigos. Y estaba en eso, cuando me llama el tontorrón mayor, aquel que lidera al grupo de desconsiderados. Me pregunta sobre la cita y que qué tan bonita era ella, yo le dije que no era tema de su incumbencia, y que sí era linda, mas sólo tenía planes de amistad.

Cerrada esa puerta, miré de reojo a mi compañero mesero, él entendió lo que significaba esa mirada, su boca hizo que casi medio curso se enterara de aquella cita, y no es que me sienta mal o disminuido porque ellos sepan aquel episodio, sino que ellos no tienen porqué saber sobre mi vida privada, un tontorrón que habla conmigo cuando estoy comiendo algo para bolsearme y para pedir que le explique las tareas porque no tiene cabeza para pensar, no tiene porqué saber que hace un par de jueves salí con una mujer guapa. Todos necesitamos privacidad.

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No es precisamente el mejor de mis cuentos, pero lo dejo acá para que lean algo distinto. A ver si me encuentran algo de razón con este relatito. ¡Saludos!

Ariel Cruz Pizarro

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