lunes, agosto 4

Llamado - Reflexión

Estaba en la hora libre que me corresponde el día Lunes. Después de un extenuante partido de ping pong como tenis con uno de mis mejores amigos que perdí por 30-22, me quedé en la sala de clases observando a mis pocos compañeros, sus actitudes, los reflejos de la luz que daban a la pizarra, los bancos con relieves en el cual se sentaron Presidentes de la República y, de pronto, un compañero se acerca a mí.

Yo relativamente no he tenido problemas en mi vida; mis padres me aman, vivo en un sector bastante tranquilo de clase media, nunca he tenido carencias económicas y, cuando pude tenerlas, mis padres siempre se las arreglaban para que no lo supiese. A pesar de ser una familia pequeña en relación a otras que conozco, todos estamos unidos a pesar de los problemas y no hay rivalidades entre nosotros. A pesar de no ir a la Iglesia, mi padre desde pequeño me ha enseñado sobre Dios, sobre buscar la sabiduría, privilegiar el espíritu antes que las cosas materiales, disfrutar los detalles de la vida y no amargarme por cosas que todavía no suceden.

Los grandes problemas que he tenido son de salud, principalmente a los pulmones. Nací prematuro, y tengo un asma tratada. Cuando pequeño, además de estar prácticamente la mitad del año en consultorios con nebulizador, tuve atelectasia, es decir, mis pulmones no dejaban pasar aire a los alvéolos porque las flemas obstaculizaban en gran medida la tarea (de forma más simple, mis pulmones estaban llenos de flemas). De no ser por la ayuda de muchas personas, entre ellos familiares, doctores y personas de buena voluntad, probablemente mi vida sería muy distinta o sencillamente no estaría escribiendo esto. Los primeros recuerdos de cómo era mi cuerpo son de cuando tenía 4 años. Era un esqueleto con piel, no porque no comiese, sino porque, por algún motivo que no conozco, era extremadamente flaco. De hecho, los doctores que por primera vez me revisaban en los consultorios retaban a mi mamá porque "era un desnutrido", entre comillas porque no lo era. Ahora que lo pienso, las constantes bronquitis e infecciones podían ser una causal de baja de peso. A los 10 años nuevamente me hicieron la endoscopia pulmonar, es decir, un lavado de pulmones por otra atelectasia. Junto a eso, tuve innumerables episodios de colon irritable (habrá sido 1 cada 2 semanas), ¿por qué? ni yo lo sé.

El último episodio notable pasó apenas hace 1 semana, estando en pleno viaje de ida al Instituto mi cuerpo empezó a sentir una especie de fatiga generalizada (una sensación general muscular parecida a cuando uno tiene gripe), mis ojos comienzan a ver de forma menos nítida y los colores se saturaban (intensificaban, es decir, se hacían más vivos). Cerré los ojos en la estación Irarrázaval (Línea 5, Metro de Santiago) pensando en que si los cerraba un rato podría mejorar mi visión. Tenía un cansancio enorme por el insomnio, desde hace meses que no podía dormir "decentemente" porque me ponía a pensar en política, en el Transantiago, en la PSU, en las tareas, en las pruebas, en los programas de televisión, en este Blog, en todo... y no descansaba la mente. Los abrí en Parque Bustamante, y no veía nada. Era increíble y particularmente aterrador, mi padre que estaba al frente mío a menos de medio metro no estaba, sólo veía una sombra homogénea de color negro... "Papá, no te puedo ver" y mis ojos abiertos de par en par. Comprendí que mi visión, así como el resto de los sentidos, es un milagro de Dios y le agradecí por eso. La pérdida de la visión momentánea estuvo acompañada por una descoordinación corporal. Cuando mi padre me bajó en Bellas Artes (Línea 5, Metro de Santiago) no podía coordinar mis movimientos, parecía un borracho ciego. Me tambaleaba de un lado a otro, mientras sentía que la mano de mi padre me llevaba y en mi mente, una imagen de un adulto de abrigo gris con un niño erguido como mono con movimientos erráticos. Me sentó en un asiento y, gradualmente, empecé a salir de las sombras. Ya se observaba como una película de blanco y negro, en un principio eran irreconocibles las figuras pero con el pasar de los minutos se empezaba a aumentar la luz que entraba en mis ojos y, por ende, la nitidez de los cuerpos. Todo esto acompañado de rayos "eléctricos" fosforescentes que atravesaban mi visión de forma horizontal de punta a punta. Una vez que recuperé la nitidez normal de mi visión, fui recuperando la visión de los colores y volví a coordinar mis movimientos. Fueron diez minutos sin ver que, probablemente, valen más que miles y miles de horas de visión malgastadas en tantas cosas. Mi padre preguntó si íbamos de vuelta a casa o me arriesgaba a ir al Instituto en esas condiciones. Lo pensé, y puse mi integridad sobre mi trabajo. Doy gracias a Dios por toda mi vida, por mi familia y por las capacidades que me ha dado.

Pasando al tema del compañero que se me acercó, voy a describirlo un poco. Es un adolescente que tiene la misma edad que yo, siento que tiene mayor capacidad pero no sabe aprovecharla, entre las razones está la falta de inteligencia emocional y vivir en un entorno agreste que no le permite desenvolverse de la mejor manera. Conoce de cerca el lado más crudo de la calle, el barrio donde vive está muy cerca de una de las poblaciones más conflictivas y estigmatizadas de la capital, por ende, es común que vea el flagelo de la falta de oportunidades, la ausencia de normas de convivencia, las fatales decisiones que conducen a la gente a lugares como la cárcel, el narcotráfico, los vicios como el tabaco o el alcohol, y la falta de afecto.

Me preguntó si era feliz con la vida que yo tenía, contesté que sí, tengo la suerte de poder decir que me faltan dedos para contar los motivos. Yo le devolví la pregunta. Me acuerdo que fue el primer compañero de mi curso que ví en el Instituto, esto fue el día en que nos matriculaban para 7º Básico (Año 2005). Llegó de repente y me habló, se jactó de saberse las fechas de algunas batallas de la independencia y me preguntó si yo sabía alguna. A pesar de haber tenido promedio 7 en Historia, no tenía idea de ninguna fecha de batalla independentista y, hasta el día de hoy, no sé ninguna aunque pretendo investigarlo. Tenía un rostro extraño, muy alejado a la expresión que mostraban los niños que estaban en mi otro colegio, hablaba un lenguaje formal pero con un acento marginal (conocido en Chile como flaite). Durante estos años reconozco que no he sabido conocerle y comprenderle, puesto que vivimos realidades completamente opuestas y tenía algunos problemas conductuales. Me dijo que no era feliz con su vida, ¿las razones? eran muchas y, de alguna manera, en su mirada delataba el llamado donde pedía ayuda porque no veía solución a los problemas.

Entramos a discutir sobre la religión -introdujo el tema diciendo que no le gustaba ir a su Iglesia porque lo trataban como si supiera todo y él tenía hambre de aprendizaje- y la veracidad de lo que creemos. Conocía de evangelios apócrifos y, nuevamente me dejó mal parado, sobre la muerte de Juan Pablo I. Aquel compañero con el que jugué ping pong estaba al lado, escuchando atentamente y argumentando.

El que posee acento marginal señaló que nosotros no conocíamos la calle, que teníamos la suerte que no conocerla y que, de cierta forma, no podíamos decirle qué debía hacer o qué no porque no estábamos en su pellejo. Y tiene razón, yo no conozco la calle como la conoce él, yo no he tenido las carencias que tuvo él. No puedo hablar de algo que no sé, por ende, asumo que no puedo hablarle sobre lo complicado que es la vida porque yo la he visto fácil. De hecho, si yo hablase de eso sería culpable de aquello que mencioné en la entrada anterior (específicamente la frase "emitir opiniones sobre temas trascendentes sin siquiera saber de que se está hablando o sin haberse informado debidamente -no sólo con medios de comunicación, sino con fuentes externas-"). Sin embargo, puedo hablarle de aquello que sé, es decir, de mi vida, de la formación valórica/humanista, y de la Palabra de Dios.

Mi compañero de juego dijo que habían personas que estaban en peor condición y que yendo a la Iglesia cambiaron radicalmente la situación espiritual de ellos. Yo, como dije anteriormente, casi nunca voy a la Iglesia pero me siento cerca de Dios y tengo fe en Jesús. ¿Qué le puedo argumentar a la oveja perdida? Es un debate donde, a diferencia de la mayoría, no se trata de imponer opiniones o criterios, sino exhortar a una persona para que cambie viviendo en un ambiente desfavorable y con todas las de perder.

Por último, nos habló acerca del testimonio de Dios y las faltas. ¿Qué testimonio puedo dar sobre la existencia de Dios y su presencia en mi vida? Mi testimonio de que Dios está conmigo es mi padre, un hombre sencillo que salió de una población rodeada de sectores conflictivos y que gracias a su acercamiento a la Iglesia Evangélica y a su amor por la literatura y el humanismo. El año pasado estaba cesante, después de la venta de la automotriz donde trabajaba de Contador General los nuevos jefes hacían lo imposible por echarlo. Le daban tanto trabajo que, un sábado, tuvimos que ir entre todos (casi toda la familia) para poder ordenar y archivar los cerca de 10.000 papeles que le dieron de un fin de semana a otro. Mi padre aguantó las humillaciones, trabajó lo indecible para poder cumplir bien su trabajo. Y fue despedido, pero con respeto y enorme gratitud hacia él. Su currículum sólo tenía trabajos de contabilidad, pues salió del Instituto Comercial con ese título. Todas las opciones de trabajo que podía tener eran relacionadas a la contabilidad, pues aunque sabía de psicología, docencia, literatura, arte, historia, religión, salud y etc... en esta vida se necesita un título que "acredite" eso y él ya estaba cansado de los números.

Ahora trabaja de Contralor en una corredora de seguros, en un ambiente muy agradable con jefes comprensivos que privilegian más la integridad de las personas antes que la explotación. Él le pidió a Dios un trabajo donde pudiera ayudar a los demás, en un ambiente agradable, con autoridades que fuesen amigables y comprensivas. Él pidió, y Dios dispuso.

La inteligencia emocional y cercanía con Dios de mi padre, junto con su actuar ejemplar y el afecto que mis padres (mi mamá también tiene mucha responsabilidad en esto) me dan han hecho que viva en un Paraíso. De alguna manera es un milagro vivir en una familia así en un mundo como éste.

Me fui afligido del Instituto, como estaba lloviendo copiosamente aproveché de ir a la Línea 5 a sacar fotos en el viaducto elevado, pues con lluvia las fotos al aire libre salen con un toque especial. Llegué a mi hogar, abrí la puerta y me erguí en el living, cerré los ojos y recé por mi compañero.

Mi cuerpo días atrás me llamó la atención, estaba muy acelerado y absorto en cosas que, comparadas con Dios, no tienen mayor relevancia. Hoy mi compañero me llama y, con su mirada y sus palabras, me pide auxilio para que pueda crecer en tierra fértil. Sé que puedo hacer algo por él, y debo hacerlo porque es lo correcto y, aunque nunca lo pensé, me importa que esté bien.

Tras rezar y pedir por mi compañero, hice tres preguntas a Dios sobre el tema. He aquí sus respuestas espontáneas:

1. ¿Puedo hacer algo por él?
"No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento". (Mt 9:13)

2. ¿Cómo lo puedo ayudar si realmente no sé cómo hacerlo?
"Entretanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza". (1 Timoteo 4:13)

3. ¿Podrá salir mi compañero y ganar esta batalla?
"Pedíd, y se os dará; buscad, y hallareís; llamad, y se os abrirá". (Mt 7:7)

Doy gracias a Dios porque, de alguna manera, me hace sensibilizarme aún más de la vida real y me da la oportunidad de ser eternamente agradecido y poder ayudar a alguien que puede aportar al mundo si es guiado de la manera correcta. Pido nuevamente a Dios por mi compañero, pido a Dios por ustedes y pido a Dios por este mundo que lo olvida y lo tiene como un recuerdo o un libro.


Ariel Cruz - 04/08/2008

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