lunes, agosto 18

Fuego Ardiendo y Perseverancia

Ayer asistí por primera vez a una Iglesia Evangélica. Las únicas fiestas para Dios a las cuales habían ido eran las misas católicas cuando iba al Instituto La Salle y "las circunstancias obligaban a ir", el casamiento de mis padres (el "segundo".. eso viene para más adelante) y la confirmación de Claudia y Melissa, ambas muy buenas amigas. Por el lado de los Evangélicos, solamente una vez fui a la Iglesia Dávila, donde iba mi papá en su juventud, pero fue hace tanto... será cuando tenía 7 u 8 años.

No me hice ninguna expectativa de la Iglesia, tampoco de cómo sería el culto, la gente que asistiría ni cómo era la estructura de la celebración. Sabía que iba a asistir a algo donde solamente se habla de Dios, y no habría razón alguna para que ocurriese algo "malo". Lo pasé bastante bien, no diré que participé activa y efusivamente porque en realidad lo último no lo hice, quizás por inexperiencia. Me reafirmó más la fe, me dio nueva vida al ver que sí existen otras personas como yo que creen en Jesús y que, aún viviendo en un mundo tan hostil como el de hoy, sirven al Señor.

En la noche, mientras daba vueltas en mi pieza -cosa muy habitual-, por mi mente pasaron imágenes en blanco y negro. Era yo caminando en la Alameda en dirección a Plaza Italia, mirando los buses pasar y dejándome llevar. La imagen se desvanecía y comenzaba a escribir con un lápiz de punta fina en una hoja de cuaderno. ¿Cómo me hablaba Dios?

Ahí comencé mi pregunta. Establecí que habían dos métodos por los cuales Dios era capaz de guiarme -en la calle y el resto de las cosas-.

El primero consiste en pequeñas instrucciones que llegan a mi cabezita, son instrucciones bastante básicas como "toma este bus", "háblale a esta persona", "déjalo jugar", "compréndelo", y más. El viaje de vuelta, en Alameda y abordo de los buses, estos son los lugar donde más escucho estas instrucciones. A veces me señala "no llegues a Pedrero -yo me bajo ahí-, anda a Mirador" y yo hago caso, ¿para qué me voy a negar si es Dios quien me dirige?

El segundo es más inductivo. En mi cabeza surgen de pronto deseos de ir a ciertos lugares, generalmente cercanos, como Moneda o Santa Lucía y van acompañados de un recorrido -Transantiago siempre está conmigo también-. A medida que voy llegando al lugar yo mismo soy capaz de procesar en mi cabeza y, de alguna forma, contestar la pregunta de ¿para qué me llevaste aquí? Pues adonde voy, por ejemplo, pasa algo notable. Notable, para mí, es aquello merecedor de tener una notita en una libreta. Puede ser que, por ejemplo, un bus vaya sucio, que hayan setenta evasores, que haya una señora con expresión triste, que vea niñas de mi edad pensando en tonterías, que oiga las conversaciones de otras personas y de alguna manera me conmueva con sus historias... en fin, todo aquello que hace que yo reflexione. Otras veces no ocurren hechos notables, después de ir a estos lugares en mi cabeza nace la idea de ir a otro lugar... y voy a ese otro lugar, o sino simplemente me quiero ir y me voy.

A medida que pensaba en los métodos por los cuales Dios me guiaba inevitablemente caí en la pregunta de ¿cómo siento yo a Dios? En aquella hoja del sueño escribía de forma inspirada la sensación rica de sentirse cercano a Dios. Mi espalda es la que más "sufre", pues después de orar es común que sienta en mi espalda un fuego ardiendo, que es inquieto y abarca los latidos del corazón y mi cuerpo desde este vital órgano hasta la punta de los pies. Este fuego ardiendo, a veces, pareciera tener vida propia, me rejuvenece, me aliviana la carga, y sé que es el Espíritu Santo el que está conmigo.

Hoy, hoy era un día de flojera. En Computación no hicimos mucho, en la clase de Artes me dediqué a pintar mi recreación de "El Carro", la hora libre la aproveché jugando con Jiménez, quien otra vez me ganó 61-59 en Ping Pong. La profesora de Historia, al parecer, está muy enferma porque sigue con licencia médica -ya lleva 1 semana y más- por lo que no hice nada y... Matemáticas...

Como bien les dije, en esta etapa me dediqué a ganar. Cosa que hice me salió, cosa que estudiaba me iba bien, cosa en la cual incursionaba resultaba o daba muestras de que estaba pronta a consolidarse. Y, vino el "tercer desastre". Fui el primero en ser llamado, durante el período de Marzo-Julio me esforcé de manera sobrehumana en Matemáticas y había respondido bien a mis expectativas (tenía un 5,1 y un 4,8). Me saqué un 2,0 coeficiente 2, quedé debiendo puntaje... y mi promedio en Matemáticas desde un estable y mejorable 5,0 pasó a un ignominioso 3,8. Realmente una mierda...

¿Hace cuánto que no me sacaba un rojo? Desde 7º en que tuve la misma nota en el mismo ramo, y en Lenguaje que por tonterías tuve un 3,3 coeficiente 2 a final de año. En un principio me enojé, fue un golpe semi-devastador. Me había esforzado todo el semestre por tener un decente promedio en Matemáticas estudiando casi cinco horas diarias durante algunas semanas y esta prueba me viene a cagar todo.

No sentía rabia con el profesor, ¿qué culpa tenía él? Me puse a pensar, no quise ver el problema que significa subir ese promedio porque sino estaría amargado... sé que eso me costará los primeros lugares a final de año. Después de reflexionar durante alrededor de tres horas (dos horas de clase y una hora de viaje de vuelta) llegué a la conclusión de que, en esta jodida prueba, se juntaron aciagas coincidencias y pagué, en cierta forma, por mi displicencia.

Me explico, de las 19 preguntas de la prueba, solamente tuve 3 buenas y 2 omitidas. Revisando tenía 4 buenas y 2 omitidas, pero el resto estaba mala. ¿Reclamar puntaje? Lo haría, pero no para tener un 2,1... sino para no tener la vergüenza de haber quedado debiendo puntos. Las aciagas coincidencias básicamente consistieron en que "todas las que tiré al achunte estaban malas, y todas aquellas que sabía las fallé por distraído o por ser un estúpido", generalmente en las pruebas es una de las dos... no las dos juntas. Recordé que esa semana había estudiado a full para el resto de los ramos, pues en una semana se nos juntaron todas las pruebas Coeficiente 2 y, yo mismo, había decidido que estratégicamente era mejor "asegurar una buena nota en los cinco o seis ramos que tenía con Coeficiente 2 y hacer un papel decente en Matemáticas antes que tener regulares presentaciones en el resto de los ramos y sacarme un 5,0 en Matemáticas -porque no paso de eso-". Nunca pensé que mi papel sería tan indecente... a lo más un 3,0 con puntaje positivo, ¡pero nunca un 2,0 tan malo! Sin embargo, tengo la certeza de que el resto de los ramos quedó asegurado y, en ese sentido, no tengo porqué sentirme culpable. La displicencia a la cual me refiero es que el poco tiempo disponible para preparar esa prueba no lo preparé a consciencia, como me sabía la materia y había ejercitado con libros de P.S.U me quedé confiado de que podía hacer un papel decente y, como dije anteriormente, me faltó preparación y sé que pude haberla preparado mejor.

¿Me echaré a morir por una prueba? ¡No! Ya era hora que perdiera en algo. Durante la etapa que pasó había ganado en todo, todos mis proyectos estaban funcionando, si hasta en el FIFA 2007 estoy invicto (79 partidos sin perder)... y ya me estaba acostumbrando a ganar en todo, lo cual es malo porque en la vida generalmente se pierde. Todos tenemos nuestras caídas, todos por distintas razones tropezamos con una piedra y debemos levantarnos. Además me sirvió de tirón de orejas, pues después del "estrés producido por sobre-estudiar" estaba en un letargo displicente y eso no debe ser.

¿Qué haré? Celebrar que tengo asignaturas donde puedo compensar la caída, esforzarme para que pueda hacer bien mi trabajo sin llegar a sobre-explotarme yo mismo y continuar. La vida es sencilla, te caes y debes pararte para continuar. ¿Cuestionar a Dios por el 2,0? No, no hay para qué. Yo fui el que dio la prueba y yo quiero estar con Dios en las buenas y en las malas. Esto es el quiebre en el ámbito académico que "necesitaba" y que nunca busqué. Además, hay que sacar lo bueno de esto... esto me demuestra definitivamente que no soy un Matemático y que, si deseo poder hacer un buen papel, debo esforzarme más que el resto de mis compañeros. Además me da "presión" para que pueda responder bien en las asignaturas "que puedo asegurar" y seguir sumando. Además, me baja un poco el "ego" que estaba alimentado y me vuelve a poner los pies en la tierra, hay que seguir siendo humilde y ayudar al resto.

Y el promedio rojo es lo que menos me preocupa, sé que fue circunstancial y no refleja lo que yo sé, así que no me preocupa. ¿Y para la P.S.U? Esa batalla todos la dan solos, yo la doy con Dios, sé que debo hacer bien mi parte y Dios me va a llevar adonde Él quiera que yo esté. Así que a perseverar no más, y dejar en claro que esta derrota no apagará ni cuestionará aquella llama ardiente que está en mi alma y que es de Dios.

Ariel Cruz - 18/08/2008

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